sábado, 23 de abril de 2011

Dragonlance

Ayer tomé café con mis amigos en el lugar de costumbre. Llovió toda la tarde y nuestra morada de Circe hacía su agosto llena a rebosar del gentío que se refugiaba del mal tiempo en busca de merengues, tartas de queso y milhojas de crema acompañadas, por supuesto, de café descafeinado, leche desnatada y sacarina para evitar una millonésima parte de caloría. Mi querido amigo Drangonlance miraba melancólicamente a la calle cual personaje de Martín Gaite entre visillos. Nuestra exótica tertulia literaria, donde combatían cuerpo a cuerpo Katherine Neville, André Guide y Tintín transcurrió plácidamente hasta que el Iphone 4 tronó por encima de nuestras cabezas come ragio lusinghier. La alerta sonora de un programa llamado GRINDR transformó a la señorita Natalia en Godzilla en cuestión de segundos.
Creía, hasta ayer, saber todo sobre las nuevas tecnologías móviles aplicadas a la búsqueda de “follables”,  porque inundan las madrugadoras teletiendas de cualquier canal televisivo. El   scopuli sirenum de la prensa escrita por el que todos navegamos alguna vez para mofarnos -o beneficiarnos- de los anuncios por palabras de travestis contorsionistas y ensaladillas rusas tiene los días contados. El localizador GPS abandona las berlinas cargadas de bebés felicísimos y papás viajeros para convertirse en Depredator. El “mediático” Tomtom ya no localiza callejuelas en Malasaña, busca “personas humanas”. Te señala con su dedo satélite en el mapa y te pone a tiro de los que te quieren tirar un polvo. Magníficamente aterrador. Te ubica con un error de margen de 7 a 50 metros. Claro está que la aplicación de marras no está aún subvencionada por los servicios sociales. Se acabaron las caravanas de mujeres. Matrix Revolution. 

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