miércoles, 4 de enero de 2012

Disonancias


Hace días que estudio el lied que Robert Schumann compuso con letra de Heine Hör' ich das Liedchen klingen”. Podría ser más pedante aún si me dedicase a describir su música conmovedora, pero, amigos, tengo medida y me seduce más emular a Norman Lebrech o Nicholas Cook reconstruyendo maliciosamente esas escenas de salón burgués con bandejas a rebosar de Ferrero´s Rocher y Mon Cheri´s. Pero, repito, tengo un saber estar, y lo celebro (aunque no lea a Carla Royo-Villanova). Y, tengan por seguro, omitiré cualquier referencia a las Disonancias de Theodor Adorno, porque entonces ardería París, y fin de la ocupación Romántica…
Lo cierto es que disfruto como un cerdo cantando este lied, basta ya de buenas formas. Me recreo revolcándome en el fango de lo cursi, de lo kitsch musical, y mando a tomar por culo lo poco que aprendí en la Facultad de Musicología. Porque ella es la culpable de que cualquier individuo de a pie vomite si le invito a escucharme cantar el lied de los cojones.
La contradicción que supone el que se hayan propuesto educar a una sociedad “no musicologada” es de un cinismo increíble. Eminentísimos señores catedráticos, me aburren tremendamente sus propósitos faraónicos: “una sociedad que no valora a Schumann es una sociedad desabrida, así que obremos gentilmente en pro de una revolución pedagógica que inunde de lieder  los pasillos del Lidl, pero desde la “excelencia”. Lamentable.
La moderna musicología aspira a convertirse en una ciencia -tal vez ya lo sea-, sin escatimar en gastos y por todo lo alto, con su Real Academia incluida. Pero tengan cuidado, porque tal vez la historia se repita y corran el riesgo de que las Generaciones del 27 venideras acaben también meándose en sus muros.  Es curioso, cuando alguien les pilla in fraganti adorando a los unos y trinos, es decir, a las tres B´s, hacen un requiebro y reconocen 'que toda experiencia musical forma parte de nuestra cultura'. Lo triste es que en cuanto te das otra vez la vuelta siguen volando en primera clase rumbo a los Festivales de Salzburgo a codearse con Gustavo Dudamel, e incluso aplauden que Josep Pons dejase a la provinciana OCG para convertirse en director musical del ilustre Liceo de Barcelona. No señor, no es justo, ni necesario. Si de verdad pretenden que la música culta en nuestro país arraigue del mismo modo que lo ha hecho en el resto de Europa, bájense los pantalones y escuchen lo que tengan que decir los que oyen a Camela, y asuman de una vez  por todas que Paquito el Chocolatero fue la canción que más dinero reportó a la Sociedad General de Autores el año pasado. No se quejen desde un palco, súbanse al gallinero y pongan un huevo de oro que seduzca a los perroflautas. Decir que es imposible luchar contra el hip-hop o Lady Gaga es un despropósito clasista. Si de verdad pretenden que toda música ocupe su lugar, apártense de vez en cuando del academicismo y conviértanse en la Rosa Luxemburgo de la música sinfónica. La espontaneidad de los gestos es el único modo de conciliar facciones. No hagan proselitismo, no apisonen los derechos universales de toda música o el vulgo perpetuará su imagen de reaccionarios, que, intuyo, es lo que realmente les pone cachondos. Indígnense de una vez y den una oportunidad a la música y a los músicos de la calle. Échenle alguna monedita de vez en cuando, por caridad.