miércoles, 20 de abril de 2011

Lipolítico emulsionante

No me negarán que extender suavemente con la yema de los dedos sobre frente, pómulos y mejilla un extracto de placenta humana dos veces al día no recuerda a los macabros experimentos de Joseph Mengele, rescatado del olvido por L´oréal. El hombre hombre-lobo depilado con láser irrumpe en la sociedad del reparador descanso Pikolín, sin olvidarnos de la mujer esclava del aceite de argán natural extraído de la cagarruta de una cabra que tras ingerir, rumiar, y digerir una semilla la devuelve al mundo depurada para uso cosmético. De la Cleopatra bañada en leche de burra al Varón Dandy han pasado unos años. Del Boswelox hemos dado un generoso salto cualitativo al Botox, que ya conocí al obtener mi carnet de manipulador de alimentos incluido en la lista de venenos culinarios con el nombre de bacilo botulínico. El amor (a las cremas reductoras) es extraño y descontrolado, como diría Raimunda Navarro, le pasa a cualquiera… Y así ha sucedido. Jamás me hubiese imaginado echando al carrito con disimulo una crema antiarrugas del estante del supermercado. He comprado una marca blanca, salvaguardándome de las grandes perfumerías y farmacias afines para conservar la integridad física de mi masticada MasterCard. Por fin podré tomar una infusión de sacarina con Nicole Kidman. Y digo yo, si continúo escribiendo no hará falta hablar y las micro-crispaciones de mi piel y la arruga de expresión no aparecerán jamás. Maravilloso. Ya aprenderé el lenguaje de signos si necesito entrar al baño.


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