jueves, 28 de abril de 2011

Carta a Pola Oloixarac

Epístola cogitabunda.-

1. Discursiva entomoyacente.
Pola, me preocupa el riesgo que supone escribir esta carta. Tengo miedo a molestarte, como esos insectos que aparecen de no se sabe dónde y empiezan a revolotear alocados alrededor de una luz encendida. Si tenemos paciencia, su propio instinto reproductor nos librará de ellos. Sólo hay que esperar a que acaben colándose por el ojo incandescente y mueran, de un chasquido, abrasados. ¿Nunca has soplado, antes de cambiar una bombilla, el lecho putrefacto que se acumula bajo el casquillo? Que yo muera o no calcinado dependerá, Pola, de tu luminiscencia.
2. Discursiva binario-nihilista.
Los aparatos electrónicos poseen un botón camuflado a la vista que sólo puede accionarse con objetos de punta muy fina. Es así para evitar accidentes. Si necesitamos localizarlo hay que recurrir, casi siempre y con desgana, a los manuales de instrucciones que dejamos envueltos en el plástico dentro de un cajón. Te hablo, Pola,  de la muerte súbita, del botón reset. Alguien ha accionado el mío sin querer.
3. Discursiva prístinopractor
Ya tengo cuarenta y un años y he sufrido la transición de mi país. Mi educación se ha forjado en medio del fuego entrecruzado entre intelectuales sincrónicos e intelectuales cuasidiacrónicos. Arengas a diestro y siniestro. ¿Y cuál el resultado? Me avergüenzo sólo de pensarlo, aprender literatura extraída de departamentos estancos, desde los cursos de primaria hasta llegar a la universidad. Esta olla express metodológica cuenta, porque sigue siendo así, con más de un punto de fuga, pero nadie se digna en purgar el excedente de vapor, y yo no fui o he sido capaz de incitarlos a ello. Terminé abandonando mis estudios universitarios en el último curso. Me sentía estafado. Desde entonces he procurado hallar vestigios de literatura no sujeta a parámetros de falsa transgresión, algo tedioso para los que hemos cronificado la ausencia de visiones que van más allá del límite estricto a la literatura de su propio país. Sigo avergonzarme de esta indigencia infringida, pero hago esfuerzos de rehabilitación ¿académica? y quizás pronto consiga caminar sin sujetarme a ningún saliente. Leer Las teorías salvajes ha sido un punto de inflexión. He purgado, al fin, el sometimiento al producto nacional bruto y sus homólogos  europeos.
4. Discursiva infraemeritus
Ya te hablé, Pola, en la carta apocopada que envié disfrazada de comentario a uno de tus artículos, de las obras octupusi. Ya dije bastante, incluso más de lo debido. Olvida aquello de que …hubo un tiempo en el que a punto estuve de alistarme en las filas… porque suena pretencioso y aún más, rabioso. Y no es así. Te pido disculpas. Pretendía describir el panorama literario de mi país, pero no dispongo de aparato crítico suficiente para hacer tal cosa. Soy no más que un lector sincopado aficionado a escribir. Te envié la dirección de mi disparatado blog, un lugar de paso donde me divierto con textos preciosistas. No tienen nada y tienen todo que ver conmigo. He sido un ingenuo al hablarte de esos escritores velocistas que publican sin someterse a ningún control antidoping. Ya sabrás de su existencia más que yo. El azar quiso que entablase amistad con alguno de ellos. Ahora son grandes escritores de lengua española. No me interesan. Tengo suficiente con haber sufrido sus obras durante tantos años. Estoy harto de guerras civiles contadas por niñatos. Me he cansado de tener que escalar sus libros apilados en montañas que saturan  el espacio de la librería, para llegar al pequeño estante que alberga lo extramuros, lo extraPOLAble.
Ayer una amiga se reía de mí porque le aconsejé que leyese tu libro dos veces seguidas. Lo llamó el holy book de José Antonio. Ya se hizo con él. Nos fuimos a la cafetería Lisboa y hablamos toda la tarde de literatura. Un placer.

José Antonio. Abril de 2011.

Vichy Catalán

Mi querida Ana María Matute recibió ayer el premio Cervantes de las letras. Un adusto premio novel panhispánico que, a mi entender, ella no necesita, ni muchísimo menos su obra. Por qué los lectores somos tan ingenuos al pensar que el buen escritor es aquel que se (a)sienta detrás de una botellita de Font Vella (premio pandillacadémico -Nivel 1. Clase media-baja-), o de Solán de Cabras (premio institutopandémico -Nivel 2. Clase media-alta-), o de Vichy Catalán (premio editobjetodedeseo -Nivel 3. Me forro).
Joyce en su maltrecha vida no obtuvo el menor reconocimiento, y ahora exhuman su nombre para galardonar a otros, y a Gabriel Celaya (Premio Nacional de las letras) su distinción no le salvó de morir en la indigencia. Son paradojas del mundo en que vivimos. La literatura sometida al mercantilismo se reconoce a lo largo de todo el siglo XX y ahora se consolida como factor determinante en la distribución editorial. El escritor que pretenda hacerse rico seguro que lo consigue haciendo -por correspondencia- un sencillo curso de patronaje industrial.
Yo sería mal jurado, por hipocrático. 



sábado, 23 de abril de 2011

Dragonlance

Ayer tomé café con mis amigos en el lugar de costumbre. Llovió toda la tarde y nuestra morada de Circe hacía su agosto llena a rebosar del gentío que se refugiaba del mal tiempo en busca de merengues, tartas de queso y milhojas de crema acompañadas, por supuesto, de café descafeinado, leche desnatada y sacarina para evitar una millonésima parte de caloría. Mi querido amigo Drangonlance miraba melancólicamente a la calle cual personaje de Martín Gaite entre visillos. Nuestra exótica tertulia literaria, donde combatían cuerpo a cuerpo Katherine Neville, André Guide y Tintín transcurrió plácidamente hasta que el Iphone 4 tronó por encima de nuestras cabezas come ragio lusinghier. La alerta sonora de un programa llamado GRINDR transformó a la señorita Natalia en Godzilla en cuestión de segundos.
Creía, hasta ayer, saber todo sobre las nuevas tecnologías móviles aplicadas a la búsqueda de “follables”,  porque inundan las madrugadoras teletiendas de cualquier canal televisivo. El   scopuli sirenum de la prensa escrita por el que todos navegamos alguna vez para mofarnos -o beneficiarnos- de los anuncios por palabras de travestis contorsionistas y ensaladillas rusas tiene los días contados. El localizador GPS abandona las berlinas cargadas de bebés felicísimos y papás viajeros para convertirse en Depredator. El “mediático” Tomtom ya no localiza callejuelas en Malasaña, busca “personas humanas”. Te señala con su dedo satélite en el mapa y te pone a tiro de los que te quieren tirar un polvo. Magníficamente aterrador. Te ubica con un error de margen de 7 a 50 metros. Claro está que la aplicación de marras no está aún subvencionada por los servicios sociales. Se acabaron las caravanas de mujeres. Matrix Revolution. 

viernes, 22 de abril de 2011

Estacionamiento aculatado



Ser tridentino es agotador. Yo también fui “joven y bonita” con 20 años, ortodoxamente promiscua, y me encantaba que me sonsacasen pecados en la fila india de las juventudes ultracatólicas. Recuerdo bien a “Conchita”, íntima por aquel entonces y que recién salida del seminario acudió en noviembre de 2005, subida en un autobús de Priscillas dirección Barcelona, a cumplir su sueño de aparcar en doble fila junto el papamóvil. Como llegaron temprano y la misa de campaña se celebraba a media tarde se refugiaron todas en la Sauna Condal porque supongo que habría estreno de nueva finlandesa con reclinatorio felatio feliz. Me contó emocionada aquel viaje una noche que coincidimos en la zona cruising que había entonces un poco más abajo de la Virgen de Las Angustias, ahora desmantelada. Hacía un frío terrible y nos refugiamos en la arboleda sentaditas en un banco bajo un magnolio a charlar como buenas amigas. De entre el follaje apareció entonces un franciscano de buen año a quien Conchita odiaba con todo su espíritu porque durante unos ejercicios se llevó de calle a un jesuita ceñido en unos Levis de maravilloso paquetón hernioinguinal. El Señor lo quiso así. Se sentó con nosotros a pesar de todo, y no hubo tiempo suficiente para meditaciones porque cruzando el puente se acercaba “La Juandina” que recién había estrenado la noche con una especie de aborigen. Había vuelto a salir con alevosía por el portón de carga y descarga de su comunidad y se dio de bruces con él en plena calle. Vaya suerte. Y cómo no, nos dio el beso de Judas limpiándose la comisura de los labios. Aquellos labios que dictaban el nuevo evangelio:
- Nosotras aquí y las parroquias vacías… Me parto el culo de risa…!!!


miércoles, 20 de abril de 2011

Lipolítico emulsionante

No me negarán que extender suavemente con la yema de los dedos sobre frente, pómulos y mejilla un extracto de placenta humana dos veces al día no recuerda a los macabros experimentos de Joseph Mengele, rescatado del olvido por L´oréal. El hombre hombre-lobo depilado con láser irrumpe en la sociedad del reparador descanso Pikolín, sin olvidarnos de la mujer esclava del aceite de argán natural extraído de la cagarruta de una cabra que tras ingerir, rumiar, y digerir una semilla la devuelve al mundo depurada para uso cosmético. De la Cleopatra bañada en leche de burra al Varón Dandy han pasado unos años. Del Boswelox hemos dado un generoso salto cualitativo al Botox, que ya conocí al obtener mi carnet de manipulador de alimentos incluido en la lista de venenos culinarios con el nombre de bacilo botulínico. El amor (a las cremas reductoras) es extraño y descontrolado, como diría Raimunda Navarro, le pasa a cualquiera… Y así ha sucedido. Jamás me hubiese imaginado echando al carrito con disimulo una crema antiarrugas del estante del supermercado. He comprado una marca blanca, salvaguardándome de las grandes perfumerías y farmacias afines para conservar la integridad física de mi masticada MasterCard. Por fin podré tomar una infusión de sacarina con Nicole Kidman. Y digo yo, si continúo escribiendo no hará falta hablar y las micro-crispaciones de mi piel y la arruga de expresión no aparecerán jamás. Maravilloso. Ya aprenderé el lenguaje de signos si necesito entrar al baño.


martes, 19 de abril de 2011

Encefalopatía espongiforme

Me vecina Paasilinna me ha regalado un pan horneado en su flamante panificadora doméstica. Tiene pepitas de cereal no identificado. He arrojado en la sartén una tremenda rebanada que untaré de queso fresco a las finas hierbas provenzales en una bacanal de grasa poliinsaturada versus vegana. Oígo, mi padre tiene puesto el televisor, cantar a Bob Esponja. Se ha quedado dormido y el canal transmite a destajo. Como no vivo (aún) en Las Hurdes sé que se trata de la sensación de la temporada, un paralelepípedo espongiforme que amansa a los niños cocinando happy meal´s. Con mi cereal y leguminosa tostada en la mano me acomodo al lado de mi gato en su personal e intransferible sofá y engullo mirando la pantalla mientras reservo mi alfombra de migas con un mantelito zen en las rodillas.
No reconozco al antihéroe subacuático en el frenesí audiovisual de mi infancia, repleto de pastorcillas abnegadas y niños encoñados que cubrían distancias imposibles. La familia bien avenida que formábamos un locutor batracio, una cerdita obesa y yo se ha ido al traste. Ellos sabían todo de mí, me enseñaron a mirar arriba y abajo, a izquierda y derecha, cerca y lejos. Pero Bob Esponja me sumerge en el insondable mundo del psicoanálisis. Demasiado para mí. Menos mal que he crecido…