martes, 10 de mayo de 2011

A PROPÓSITO DE HENRY

El día de su cumpleaños recibió de manos de su tía un cuaderno ENRI color GRIS de hojas cuadriculadas. Mientras tanto, en la peluquería, su madre cubría sus cabello GRIS con tinte HENRY Colomer y en la televisión, que aún emitía en escala de GRISES, se hablaba continuamente de HENRY Kissinger. En esa época (h)enri(y) gris se obsesionó con una idea. En el patio podía resguardarse del sol bajo una parra lleva de avispas, a las que había aprendido a no molestar para que ellas no le molestasen a él. Había además un celindo, un ciruelo y un chirimoyo. Ya podía llevar pantalones cortos porque empezaba a hacer calor. Solía sentarse en una sillita de anea frente a una mesa rudimentaria de madera que medio podrida su padre había dejado en el patio. Debió arder en la chimenea, pero su madre la llenó a tiempo de tiestos con esparragueras, cóleos, pilistras, y latitas vacías que usaba para regar. Las plantas crecían hermosas trasplantadas en tierra traída de la orilla del río mezclada con posos de café de pucherete.
La gran empresa consistía en escribir en su cuaderno todos los números que existen. Primero hizo una columna vertical: 1, 2, 3, 4, 5,… pero no le salía recta a pesar de las guías del papel. Enfadado, comenzó a escribir en horizontal: 152,153,154,… Los números se apretujaban demasiado y los comenzó a separar por guiones: 687-688-689… El bolígrafo Bic se quedó sin tinta en el 25.694. Siguió escribiendo con lápiz y a la mañana siguiente borró con una goma Milán de sabor a nata todos esos números propensos a emborronarse porque encontró en su estuche otro bolígrafo escondido bajo un semicírculo graduado. Retomó: 25.695-25.696-25.697-25.698… No salía a jugar con el resto de los niños del barrio. Les oía gritar y darse golpes detrás del muro que cubría el celindo. El cuaderno empezó a quedarse sin hojas a partir del 694.854. Y es que unos días los números le salían muy chiquititos y otros demasiado grandes y gastaba la hoja enseguida. Dudaba de si una vez que llegase al millón fuese capaz de escribir números de tantas cifras sin equivocarse en el puntito.
Aunque no salía a jugar, sí iba al colegio. Allí recibía clases de matemáticas de una profesora tan pequeña como él. A veces en el recreo pasaba desapercibida y era descalabrada con frecuencia como el resto de los niños. Ese año cursaba sexto de EGB. Las matemáticas empezaban a inundarse de signos desconocidos. Ya conocía el concepto de ecuación, que no tuvo ningún problema en comprender y asimilar como el buen alumno que era. Hacía bien todos los días sus ejercicios que la profesora diminuta marcaba con unas gigantescas uves de “visto”. En muy pocas ocasiones el color rojo de la M de “mal” estropeó su cuaderno. Una mañana el mundo se le vino encima. La profesora dibujó en la pizarra una especie de antifaz y comenzó a explicar su significado. Se trataba del símbolo infinito. Significaba “todos y cada uno de los números”. De un solo trazo su trabajo de artesano se derrumbó para siempre. Quemó el cuaderno y comenzó a molestar a las avispas. 


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