jueves, 15 de diciembre de 2011

MLP


Mi último intento de confraternización con el poeta provocó el incendio de todas mis hojas en blanco y la muerte súbita de mi mano izquierda. Sólo nos vemos ahora si la acera es estrecha y el tráfico intenso, para darnos un gran abrazo y seguir a toda prisa olvidando aquel instante. Pero nos jode siempre la memoria a largo plazo, la bruñida MLP que relumbra en vano. ¿Para quién escribirá ahora sus poemas amarillos, sus manzanitas golden?, siempre dedicadas a un par de buenos poetas. Y él pensará, supongo, que aún sigo vivo y sin escribir demasiado.
En su casa terminó todo, con un chico recién premiado y estúpido sentado enfrente. Fingíamos cenar algo que no desprendía olor ni aroma. Sus libros, que no eran suyos, sino de otros que murieron y donaron sus restos bíblicos para ser viviseccionados por el pequeño poeta anatomista, debían protegerse de cualquier olor abrasivo que desprendieran alimentos cocinados al fuego. Tampoco permitía encender cigarrillos, ni eructar. Apareció su amante-ama de llaves y mi amigo, una única persona que comprendía un tránsfuga fiel a su delirio gravitacional y un individuo experto en introducir frutas y verduras en el ano del poeta. Una extraña bestia, mi amigo, que me divertía y sacaba de quicio al premiado, que cambió de sitio al volver del baño arrimándose al delfín.
Y todo terminó porque a nadie, salvo a mí, se le ocurre hablar de pragmática con un par de coccinellas septempunctatas. Los insectos que más simpatía despiertan en la palma de tu mano. Nadie osará nunca aplastarlos con el pie o la yema de los dedos. Noli me tangere. Cuánta belleza. Te abruman, dejan de ser insectos por un día. Son hijos de Dios. Son pura poesía.


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