domingo, 18 de septiembre de 2011

The bitter tears of Petra Von Kant


Le soy indiferente. Y tanto es así, que no ha dejado de mirar a los cocoteros que rodean la piscina del hotel mientras he bajado la escalera y arrastrado mi trasero por el poyo sumergido del jacuzzi hasta terminar sentado junto a ella. Y no es mi gusto, sólo que donde está postrada las burbujas parecen más enérgicas y espero obtener más beneficios en el coxis. Agua con gas, oxígeno insuflado, placer de los placeres. Y sigo sin entenderlo. Si cada uno de nosotros posee un sinfín de músculos faciales capaces de infundir en quien te observa infinitas emociones, ¿en qué lugar quedaron los impulsos nerviosos de esta señora?, ¿por qué su rostro sólo es capaz de exhibirse como una máscara mortuoria?. Mientras asumo mi cero a la izquierda, la descosida piel que envuelve a un octogenario teutón se sumerge no sin esfuerzo también en la sopera. Y es cuando Petra Von Kant abandona sus amargas lágrimas para revelarse en una incandescente Gunilla Von Bismarck y obsequiar a él y sólo a él una sonrisa tan enorme que casi le desgarra el rostro. Petra es como una moneda, sólo tiene dos caras, impertérritas, inequívocamente alemanas. Y a mí me salió cruz.


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