sábado, 9 de julio de 2011

Obsolescencia programada


Anteayer recibí una nueva dosis de morfina, indolora. Hoy me derramo, como el plato de una planta regada en exceso, y tengo la sensación de pesar dos veces mi propio peso. Mi psicomotricidad es la de un gigantesco manatí con pequeñas perdidas de conciencia. Si te atreves a mirarme descubres que no sonrío, y que soy capaz de hablar con fluidez, aunque de nada importante.
Recuerdo que anoche me quedé dormido viendo la televisión, una película documental de dos horas de la que sólo pude ver la mitad, o incluso menos. Despertó mi atención el que hablasen de la “Obsolescencia programada”, un siniestro planning internacional articulado por Phoebus (que aún existe con otro nombre impreciso), consistente en producir artículos de consumo -una bombilla como ejemplo- de forma que su vida útil esté programada para su autodestrucción en el menor tiempo posible, obligando al consumidor a adquirir un nuevo producto con el fin de generar industria y reactivar la economía. Esta dinámica surge tras el krack del 29, se mantiene hasta nuestros días, y sostiene el sistema de consumo. Pude ver las primeras imágenes de mi vida de Edison, describiendo su invento (exento de caducidad) y cómo a continuación se emitían las imágenes de un pueblo americano donde celebraban con todos los honores la vida útil de una bombilla fabricada antes de la conspiración de Phoebus que permanece encendida desde hace 100 años en el recinto de un cuerpo de bomberos. No recuerdo más, sólo que me dormí indignado.
Hace unos días estuve en Berlín. No conocía la ciudad, ni tampoco el país. Ni visité la planta de Osram. La imagen de la ciudad perfecta me acompañó durante todo el viaje. Es el único lugar donde la vegetación se apodera de la ciudad. La invade (no es palabra heroica), y no al contrario. Un viaje en metro te sumerge en la oscuridad durante unos minutos y de pronto te traslada atravesando un bosque. Así. Pero Alemania fue el primer país en someterse a la Obsolescencia programada. Ahora siento confusión, un placer extraño. Hoy me he despertado con la obsesión de que un cuerpo de bomberos sufragado por el estado venga sigilosamente a aflojar el casquillo de una existencia obsoleta como la mía, demasiado programática. Las clases pasivas no generamos industria, me temo. 

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