Para Károlain Jiménez-Mantsiou
Cuesta bastante
creer que el público de La Scala abuchease a Cecilia Bartoli. Yo no estuve
presente y por tanto no tengo el menor derecho a opinar sobre si realmente echó
mano del temido falsete mientras cantaba “Non più mesta” de la Cenerentola. Pero sí puedo, en cambio,
mostrar mi escepticismo sobre este asunto. Si estuviésemos hablando de algún aria
inédita que durante su ejecución rebasó las facultades propias del ser humano en un frenesí por
llevar la coloratura al paroxismo, mis dudas al respecto estarían justificadas, porque es propio dejar caer el peso de un “más difícil todavía” en manos de trapecistas y no sobre cantantes líricos.
Pero se trataba del fragmento de una ópera que lleva dos décadas en su
repertorio, algo que levanta mis sospechas sobre qué puede ocultarse detrás de
este varapalo. Quizás no era más que una simple estrategia de marketing de su
discográfica. Nada mejor que un buen escándalo para promocionar a los artistas, un recurso tan manido como recurrente aún en los escenarios. Nunca lo sabré ni me importa
demasiado. Y sobre las afrentas acerca de su arrogancia al compararse con María
Callas o Caballé me abstengo de
hacer comentarios y lo dejo en manos de Berlusconi.
Mis dudas sobre
este asunto se desvanecen el pasado día 13 en Madrid en El Auditorio Nacional, cuando presencio estupefacto cómo un pequeño David canoro abate de una sola
pedrada al Goliat abarrotado que custodiaba un ejército de policías. Para colmo
esta hazaña se había repetido unos días antes con su homónimo catalán,
abatido también de un solo golpe en la frente. Quienes hablan sin haberla escuchado de su
pequeña voz no tienen la menor idea del poder exterminador de ese arma blandida en un teatro. He asistido al enigma de un aparato
fonador alienígena convertido en arpón que atravesaba la garganta de sus espectadores. He
podido por primera vez en mi vida tocar con las manos notas suspendidas en el
aire que cambiaban de color a cada instante, un espectro infinito que
lentamente iba quebrando a las estatuas de sal que habían sentado a mi lado. “[…] Yo
he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de
Orión. He visto rayos-c brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir […]”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario