Hace unos meses viajé a
Alemania y Chequia. Después Barcelona y de nuevo Granada. Un gran viaje sin
requisitos ni desencantos. Pero barajé otros destinos, China entre ellos. Un
país que anhelo conocer y al que mi vecina Paasilinna ya viajó hace unos años trayendo
consigo mil fotografías y diminutos haikus que decoran aún las paredes de su encantador
office orientado al sol naciente. También
me tentó Nueva York después de oír a Florido, mi amigo compositor, recrear con
tanto entusiasmo sus paseos por Times Square. Hasta aquí el frenesí de unos burguesitos
inquietos sorteando distancias. Soplagaitas de low cost. Ego sum.
Troy Davis moría ayer
ajusticiado por un Tribunal de Georgia (EEUU). Y me pregunto cuántos reos más
podrían estar muriendo a la misma hora en otros lugares del mundo como
China, Irán o Corea del Norte sin que se hicieran eco los medios de
comunicación. El secretismo de estado de los países que practican la pena
capital con respecto a sus ejecuciones dispara las cifras estimadas por las organizaciones
internacionales de derechos humanos. Datos que me aterrorizan y me convierten
en un ser obsesivamente vulnerable. Confieso mi terror fundado a la hora de
poner un pie en países donde se vulnere la integridad física avalada por
tribunales de justicia. No podré nunca visitar China ni Estados Unidos porque
el miedo me paraliza las piernas. Siempre me quedará Europa… y una gran
congoja.