Para Károlain Jiménez-Mantsiou
Mis dudas sobre
este asunto se desvanecen el pasado día 13 en Madrid en El Auditorio Nacional, cuando presencio estupefacto cómo un pequeño David canoro abate de una sola
pedrada al Goliat abarrotado que custodiaba un ejército de policías. Para colmo
esta hazaña se había repetido unos días antes con su homónimo catalán,
abatido también de un solo golpe en la frente. Quienes hablan sin haberla escuchado de su
pequeña voz no tienen la menor idea del poder exterminador de ese arma blandida en un teatro. He asistido al enigma de un aparato
fonador alienígena convertido en arpón que atravesaba la garganta de sus espectadores. He
podido por primera vez en mi vida tocar con las manos notas suspendidas en el
aire que cambiaban de color a cada instante, un espectro infinito que
lentamente iba quebrando a las estatuas de sal que habían sentado a mi lado. “[…] Yo
he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de
Orión. He visto rayos-c brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir […]”.